La obra de Ortiz Echagüe es absolutamente peculiar, me atrevería a decir, en la historia de la fotografía. Fue un pictorialista clásico pero debido quizá a la temática que tocó, siempre me ha dado la sensación de ser el primer fotógrafo de la historia. Sus fotografías en gran parte representan un mundo más próximo a la época medieval que a la moderna. Sobre todo las realizadas en los monasterios de clausura. De ahí la sensación que me producen esas imágenes de algo que no se encuentra en ningún otro autor.
Por otra parte, fue el que hizo en España, con medio siglo de decalaje respecto a Francia, lo que promovió la administración de Napoleón III durante los veinte años de su mandato. Al alimón con la expansión de las compañías de ferrocarriles, la propia administración francesa propició que se generaran archivos fotográficos con los paisajes del país. Aquí, que yo sepa, no tuvieron esa iniciativa ni los ferrocarriles que articularon la comunicación de la nación ni, mucho menos, el Estado. Fue Ortiz Echagüe el que lo hizo por su cuenta y, a tenor de lo visto, con mucha mayor calidad que los colegas del otro lado del Pirinieo.
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