Todo lo que hay que saber sobre la vida y la muerte.

Tengo mucha fe en la Humanidad pero no debería tenerla. Hace unos años, de trabajo en Polonia, me dijo uno de allí (Polonia es bastante boscosa): "No hay un solo claro del bosque que no haya sido regado con sangre humana".

Estos días leía un libro muy recomendable pero sólo para espíritus fuertes: Tierras de Sangre, de Timothy Snyder. Es un repaso histórico, con datos concretos, de los asesinatos cometidos por nazis y comunistas en esa gran franja de territorio que llamamos Centroeuropa y parte de lo que fue URSS. Los seis millones de judíos aniquilados, de una población estimada de doce; los once millones de aniquilados por el terror estalinista porque estorbaban a sus planes o no estaban de acuerdo con el ideario.

Pero con todo lo triste que pueda ser eso, la mayor asesina fue el hambre. Un hambre planeada y ejecutada primero por los comunistas para quedarse con el trigo de Ucrania y después por los nazis para aniquilar poblaciones enteras. Snyder documenta los casos de canibalismo, de madres que se dejaban comer por sus hijos, de hermanos que se comían al más débil... el verdadero Horror, el temido Infierno en la Tierra.

Viendo las fotos de Nachtwey, su libro Inferno, es imposible no llorar por esta desgraciada especie capaz de lo mejor y de lo peor. De producir gente como Bach, Mozart y Beethoven al tiempo que monstruos como Hitler o Stalin.

Me acuerdo ahora de una frase del gran fotógrafo checo Josef Koudelka: Los fotógrafos solemos ser solitarios y tristes porque pasamos nuestra vida junto a seres y cosas que han desaparecido o están a punto de desaparecer para siempre.

A mí, lo que me gustaría escuchar al doblar la Última Esquina es que no hice demasiado daño a mis semejantes, que fui un hombre cabal o todo lo cabal que las circunstancias me permitieron.