Fetichismo

Parece que el fetichismo, una cierta inclinación humana hacia la fijación mental en objetos, puede acabar convertido en enfermedad, leve en la mayoría de los casos, grave en algunos.

Resulta inevitable asociar al fotógrafo con su cámara, aunque habría que decir con sus cámaras pues es raro el fotógrafo que sólo tiene una. Sin embargo, por alguna particularidad intrínseca al hecho fotográfico, aunque sólo se posea una cámara parece imposible no fetichizarla. Me he preguntado algunas veces sobre éste curioso fenómeno hacia una herramienta y las respuestas que me doy son complicadas pero tienen que ver, en lo fundamental, con el hecho de que la cámara es una proyección del que tal vez sea nuestro sentido más querido: la vista. Fotografiamos con la herramienta y gracias a ella pero es nuestro cerebro quien controla y dirige la operación. No es casual que muchos fotógrafos traten a sus cámaras "como a la niña de sus ojos".

¿Pero qué decir de aquellos otros para quienes la cámara es sólo herramienta y son incapaces de depositar en ella mayor interés que el que depositarían en un martillo o un destornillador? Podría pensarse que tal tipo de fotógrafos son de una clase inferior pero no es cierto. Fotógrafos que sólo han utilizado una cámara -o todo lo más otro cuerpo como respaldo por si la primera se pone a fallar- los hay muy buenos. La lista sería interminable pero citaré sólo unos cuantos: HCB, Robert Frank, Josef Koudelka, Cristóbal Hara, Fernando Herráez, Garry Winogrand... me parece que la calidad de estos pocos dice mucho acerca de lo que estoy comentando.

Los que somos multiformato -un grupo aparte- necesitamos diversas cámaras pero estamos sometidos a la misma ley inexorable del fetichismo psicológico. ¿Qué tipo de relación mantenemos con nuestra/s cámara/s? ¿Usamos lo que tenemos? ¿Se nos han ido acumulando cámaras con los años o las hemos ido atesorando? ¿Son juguetes de hombres -y mujeres- que un día fueron niños?

No soy psicólogo de formación pero éste es un tema que me interesa mucho. Deslindar el terreno en el que desaparece el fotógrafo y asoma el fetichista puede parecer tarea vana pero hacernos unas cuantas preguntas al respecto nos ayudaría bastante como personas y como fotógrafos.

Me confieso abiertamente fetichista en esto de las cámaras y lentes fotográficas. No tengo una sola cámara que no la adquiriese para algún proyecto concreto pero buena parte de mis proyectos, por diversas causas, terminan en la papelera y el equipo comprado para realizarlo se queda en un armario. Nunca me ha importado demasiado porque admiro esas máquinas, sobre todo las enteramente mecánicas y no he necesitado el dinero.

Las cosas cambian, llega la crisis, hay mucho menos trabajo y no queda más remedio que aplicar la receta de que la fotografía pague la fotografía. Cierto que, desde que he digitalizado parte del asunto, las facturas de consumibles han bajado mucho. Donde antes compraba los rollos de película de cien en cien hoy lo hago de diez en diez.

De mi forma de trabajar, mejor dicho, de organizar los proyectos, se desprende mucha culpa en el atesoramiento de equipo inútil. Ya he explicado aquí que comienzo siempre por pensar las cosas, organizarlas en mi cabeza y luego paso a la acción con el equipo que creo más adecuado para llevarlo a cabo. Y hay proyectos -muchos en mi caso- que no funcionan visualmente y se quedan en la mera idea.

Hay que ser muy insensible para no admirar la precisión de una Linhof o el modo en que los suizos fabrican la Sinar, cómo han conseguido -sin pervertir el formato- hacer fácil lo difícil mediante innovaciones puramente mecánicas.

Es cierto que se puede hacer una obra de arte sobre papel de váter y con un lápiz de carpintero pero, a un espíritu más sensible, le gustará más la superficie de un precioso papel Fabriano y el trazo de un lápiz Conté.