Un capricho raro

Cuando estaba pensando vender y nunca más volver a comprar, he sido tentado por el mismo diablo. Veréis, en noviembre de 1972 tuve mi primera Leica gracias a un pariente realmente generoso y a la comprensión de mi flamante mujer, que entendió que prefiriese la cámara a un coche utilitario.
Era una M4 con un Elmar 50 colapsable y estuvo conmigo hasta finales de esa década cuando, por un descuido, me la robaron. Vinieron otras cámaras pero siempre eché de menos aquella primera de la que estuve tan enamorado.

Esta mañana ha llegado una. He sentido algo muy especial cuando la he tenido en las manos. No he podido resistir la tentación de colocarle un objetivo, cargarla con un rollo de Tri-X que, ¡ay!, ya no es la misma película aunque conserve el nombre.

¡Qué placer trabajar sin fotómetro! La mañana estaba un poco cubierta pero el sol salía de vez en cuando: f:16 a 1/60 o f:16 a 1/250. Coloco el tambor del objetivo de modo que todo entre algo menos de 1 metro y 10 metros quede a foco.

¿Hay una cámara más rápida? Imposible. Si visualizas bien la escena sólo necesitas encuadrar muy rápido y disparar. Qué tacto de obturador, qué bien me siento al oírlo.
Hoy no era un día en el que pasara nada en el pueblo pero he gastado medio rollo con tal de darme el gusto de recuperar sensaciones muy viejas, dormidas. Qué raro en mí que puedo pasar tres días sin disparar un solo fotograma.

Gracias, Carlos. No sabes qué buenas vibraciones me has procurado y qué bien me sienta hacerme la ilusión de que se trata de mi vieja cámara que, por extraños caminos, ha terminado por regresar.