Fotografiar en fiestas

No soy muy amigo de fotografiar en fiestas a pesar de que he hecho muchas, si bien ni por el forro tantas como Fernando Herráez, Cristóbal Hara o Cristina García Rodero, por mencionar tres fotógrafos que han sido habituales.

Fotografiar en las fiestas es fácil, vaya esto por delante. La gente suele dejarse, da igual que lleves un camarón indiscreto (suelen pedirte con insistencia que los fotografíes) y las fotos suelen ser resultonas porque a veces se dan situaciones muy fotogénicas.

A mí lo difícil me parece fotografiar en las calles, fuera de las fiestas, y conseguir imágenes que sean interesantes y den que pensar. Es tan difícil que el mundo está lleno de fotos callejeras completamente banales (incluyendo las mías) que no dicen ni cuentan absolutamente nada más allá de que el fotógrafo estuvo allí.

Mientras en una fiesta interesante (esa en la que los tíos se visten de curas y obispos y se pasean con unas pollas de madera impresionantes, por ejemplo) es relativamente sencillo tirar mil fotos y encontrar cincuenta o sesenta que resulten bien. No quiero decir que sean buenas, sino que resultan. Por el contrario, en la foto callejera has de hacer mil para encontrar que una o dos puedan valer la pena.

Digamos, para resumir, que hacer fotos en condiciones extraordinarias es bastante más sencillo que en condiciones ordinarias. Y mucho más resultón, y más fácil impresionar con ellas al respetable.