Leicanista sobre todo

Tras unos primeros escarceos con una cámara abandonada por mi padre me estrené con una M4 en 1972. No la conservo pero tengo otra que me pasó Leican y me sigo sintiendo igual de cómodo con ella que entonces.

Como he dicho alguna vez, nunca he puesto todos los huevos en la misma cesta por si ésta se rompía. Una vela a Dios y otra al diablo. En estos momentos de alborozo digital alterno las cámaras clásicas con la última tecnología pues quiero lo mejor de ambos mundos. Es casi seguro que, aunque me queda película de 35mm y unas cajas de placas grandes, nunca regrese al color analógico pues he dejado de verle sentido a pesar de que comprendo que otros le sigan fieles. Sin embargo el blanco y negro es otra cuestión: todavía no he visto nada que iguale la belleza del positivo argéntico. Cuando he hecho comparativas entre uno y otro sistema termino por decidir que, hoy por hoy, un buen papel baritado, bien procesado, es inigualable por medios digitales. No sé en el futuro, no me atrevo a aventurar tanto.

Y esa ligereza de las Leica clásicas, de los cuerpos mínimos y los objetivos minúsculos. Una maravilla para trabajar en la calle, que para eso se inventaron. Pensad en lo que ocupan tres objetivos clásicos, podrían ir en un bolsillo de la chaqueta. O en una pequeña bolsa junto a un segundo cuerpo de cámara, por si acaso. Discrección, pasar desapercibido, parecer un simple turista... he aquí las ventajas para el fotógrafo callejero.