Los tiempos cambian

Pero no siempre a mejor. A mediados de los años 70 lo habitual era ver malas fotos (el concepto "malas" debe entenderse en un sentido muy lato, incluyendo insulsas) tanto desde el punto de vista expresivo como técnico. Se fotografiaba principalmente en b&n (me refiero a los fotógrafos con criterios creativos o documentales) y las cámaras eran tan sencillas que el fotógrafo estaba obligado a saber técnica expositiva bajo penalización de que los negativos fuesen una porquería. La foto no terminaba en el negativo sino con la copia en papel, una técnica compleja que había que conocer muy bien para no tirar tiempo y dinero.

Hoy lo habitual es ver fotos técnicamente muy bien resueltas, con poca o ninguna intervención del fotógrafo, pero tremendamente aburridas e inexpresivas. En el pasado se aceptaba como algo inevitable que el aprendizaje fotográfico completo costase entre 5 y 10 años, dependiendo del tiempo dedicado.

Kodak, desde los tiempos de la Brownie, venía prometiendo poner la fotografía al alcance de todos. Se ha cumplido aunque no hayan sido ellos los del impulso final. Puede decirse que ya no queda prácticamente nadie que no lleve una cámara fotográfica encima, aunque sea en forma de teléfono. Todo el mundo quiere tomar imágenes de su biografía, ha desaparecido el anonimato. Por otro lado, los mitos fotográficos se han ido derrumbando: más grande ya no es mejor: uno de esos cañones canonikon no supera, sino tal vez todo lo contrario, al pequeñísimo objetivo de una Sigma Merrill, por ejemplo. Muchos ya sabíamos eso a propósito de las Leica clásicas y sus minúsculos objetivos.

Hace unos días, un amigo me comentaba, como elogio, de un impresor actual que "sabe mucho de color". Es cierto en ese caso particular y tal vez eso sea lo que lo convierte en el mejor que yo conozco: es capaz de hacer exactamente lo que quieres. A un precio civilizado, algo que no sucedía entonces pues, si encontrabas un buen printer de color, cobraba mucho dinero por hora de trabajo y eso hacía que el color quedase en manos de los fotógrafos muy pudientes o con alguien que pagase por ellos.

Es posible que lo único que le quede al fotógrafo documental sea la intensidad. Ya no puede refugiarse en la técnica o en llegar donde no llegan los demás: hay gente fotografiando con móviles a los caníbales de Borneo, pagando por ello. Tal vez nunca haya sido tan difícil como ahora conseguir buenas fotos. Por un lado se trata de un lenguaje corto y que ha sido desarrollado prácticamente en su totalidad. No es lo mismo innovar en un lenguaje que se está desarrollando que hacerlo cuando ya se ha desarrollado. No digo que fuera fácil ser un Paul Strand o un Edward Weston (la excelencia nunca ha sido fácil) sino que ahora es prácticamente imposible.

Intensidad, sí. Esa puede ser la clave para distinguirse de esa inmensa masa de gente que vive tomando fotos a cada instante. No podemos olvidar que el azar opera a su favor y en contra nuestra. Recordad lo de que millones de monos golpeando las letras de un teclado durante millones de años pueden acabar escribiendo El Quijote (si no es así literal, es algo parecido). Lo demuestran las fotos tomadas con móviles en Abu-Grahib o durante las últimas revoluciones árabes: siempre había un móvil más cerca de la acción que una cámara profesional. Habría que pensar un poco sobre esto.

Vaya, era mi comentario número 4.000 desde que soy Brandt (antes fui otro).

Sois muy amables, compañeros. Al final, cuando juntas todo eso y lo expurgas quitando tópicos, cosas sabidas, repeticiones y redundancias, te quedas con ocho o diez páginas que no van a ningún lado.
Mi experiencia me dice que los libros que son útiles y permanecen en la biblioteca son o los que contienen imágenes de mucha calidad o los manuales técnicos especializados. Durante muchos años, desde que apareció en el mercado la primera edición, un libro que me fue muy útil fue The Darkroom Cookbook, de Steve Anchell.