Don McCullin, uno de los grandes.

Os dejo un vídeo de McCullin. Tan elegante y british como siempre aunque ya se le va marcando barriga (tiene sus años). El antiguo pandillero que sólo pensaba en suicidarse terminó convertido en un clásico. Grande, grande de verdad.

www.dunhill.com/day8/detail/dbac60ca-40cb-44e4-93d7-a878af7ea400/don-mccullin

Vale, hace flores y ruinas romanas pero hay que ver esas fotos para saber que no las hace cualquiera aunque puedan sonar triviales. McCullin es un genio, un superdotado, alguien que redimió una vida que iba hacia el desastre más completo (su padre era alcohólico y maltratador y él, en la adolescencia, se hizo pandillero y sólo pensaba en quitarse de en medio lo antes posible). Alguien, no recuerdo quién, puso en sus manos una cámara y se lió a hacer fotos de lo que tenía al lado y entendía, que eran sus compañeros de pandilla. Las fotos eran tan buenas que no parecían de un muchacho.
A partir de ahí entró en la dinámica del fotógrafo de guerra con el añadido del que no tiene nada que perder y espera que le peguen un tiro para dejar de sobrellevar el peso de la vida.
Por eso digo que fue la cámara quien lo redimió. Terminó por saber quién era, por conocerse profundamente. De vuelta en su país hizo trabajos absolutamente extraordinarios y su libro sobre sus paseos por el Somerset mientras se lamía las heridas que la crueldad humana le había hecho en el alma, es sencillamente una obra maestra. Lo mismo sucedió a continuación: la India, África -los habitantes de las riberas del río Omo- y Southern Frontiers, otra joya en la que no aparecen seres humanos.
McCullin no es duro a la manera de Nachtwey, su dureza viene del alma y no de lo que muestra. Y sin embargo resulta profundamente humano y lleno de compasión, amor y sensibilidad hacia sus semejantes. Un caso único, tal vez el último bastión que nos queda contra la estulticia conceptual.