¿Nos estaremos pasando?

Siempre me han gustado los objetivos nítidos tal vez para que no se confundieran mis imágenes con las de aquellos a los que encantaba el flou. Entre dos objetivos, para el formato que fuera, uno más blando y otro más contrastado, siempre elegía el segundo.

Con los reveladores ha sido lo mismo: terminé desarrollando mis propias fórmulas para obtener la máxima acutancia posible, después de haber probado tanto las comerciales como las de amigos de confianza.

Y sin embargo, viendo las fotos que hago en digital de un tiempo a esta parte, me pregunto si esta carrera hacia la nitidez conduce a algo positivo en el plano creativo. Vuelvo a mirar las fotos que me gustan de mis autores preferidos y no son especialmente nítidas. De hecho no parece ser lo primordial en esas imágenes.

Hoy remato la faena mirando los trabajos de Steichen en su etapa pictorialista. La magia de estas fotos no tiene relación alguna con la nitidez. Más bien son vagas e imprecisas pero poseen una potencia visual, una fuerza expresiva, que tal vez hayamos perdido desde hace mucho tiempo.

Hago un paisaje con el respaldo digital y, sobre el papel, puedo contar los tallos de hierba y las hojas de un árbol. ¿Es natural? ¿Corresponde tanto detalle a nuestra manera de ver el mundo?

Te paras un momento y te dices si no estarán haciendo lo correcto aquellos que siguen tomando sus fotos con Leicas antiguas y objetivos de los años 40 o con las viejas cámaras de placas con objetivos suaves.

A principios de los 70 todo era flou por culpa de un cursi relamido y refitolero llamado David Hamilton. La fotografía oficial estaba dominada por sus imitadores, tal y como después ocurrió con Salgado o, en nuestros días, con García Alix y otros fotógrafos del stablishment. Entonces eran adolescentes con pocos pechitos y ahora son pavas picándose el brazo pero el alma es la misma. Hamilton nos procuraba tanto horror que preferías pasarte de nítido que participar de aquella moda espantosa.

No lo digo en descargo de nada. Es que aquella sociedad anterior a la muerte del tirano era muy caspa, muy cutrona y, al mismo tiempo, tan blandengue y estragante como un tocinillo de cielo.